CAPITULO II

Vicente y Maribel eran una pareja madura, ambos tenían ya 51 años, vivian en una casa del pueblo desde hacía seis años, no tenían hijos y les encantaban los animales, ya habían tenido muchos gatos porque además de que amaban estos animales, los ratoncillos abundaban por doquier, cerca de su casa transcurría un arroyo en el que habitaba infinidad de fauna, desde conejos hasta lagartos pasando por culebras y águilas, no en vano era zona ecológica protegida, vivian en una casa de una sola planta y la parcela con 500 mts. cuadrados era bastante amplia como para tener animales con espacio para correr, llegaron a tener hasta 4 gatos a la vez, libres, a su antojo, porque salían y entraban cuando querían. Las noches de verano se las pasaban en guardia cazando ratoncillos e insectos que allí mismo devoraban, pero algunos de sus gatos no aparecieron más, unos porque eran envenenados por vecinos inconcientes "que les pisaban su césped", otros porque se marchaban sin más -es el instinto de los machos cuando llegan a cierta edad-, y el último murió de una enfermedad que le duró más de 6 meses, después de llevarle varias veces al veterinario, hacerle muchas pruebas, entre otras una biopsia, inyectarle corticoides, etc., el gatito murió con la consiguiente pena de sus dueños.
A partir de ahí, tanto Maribel como Vicente decidieron no tener más animales en casa, total ¿para qué?, ¿para pasar un mal trago si desaparecen ó se mueren? No estaban ya dispuestos para eso.
Vicente entró en su casa, le contó a Maribel la experiencia de más de un mes con el perrito y le preguntó:
- ¿Quieres que me lo traiga? Parece abandonado
- Traételo, contestó ella.
- ¿Estás segura? Replicó él
- Que sí, que te lo traigas, ¡vete a por Copi!, respondió.
Vicente cogió su coche, se dirigió al bar, aparcó donde siempre y Copi no apareció, dió unas vueltas por el pequeño polígono y no veía al perro, entró en el bar, pidió un café haciendo tiempo por si Copi regresaba, pero la espera fue infructuosa, en su mente no paraba de rondar la idea de la peligrosa carretera, pensaba que podía haberle atropellado un camión y se sentía culpable por no haberse llevado al perro antes, estuvo más de una hora y al final regresó a casa como vino, sin su cachorro.

Maribel que ya estaba ansiosa de conocer al animal -por lo que Vicente le había contado- le preguntó por él y el hombre prometió volver al dia siguiente en su busca.
Pasaron dos ó tres días sin verle, hasta que por fín llegó como una aparición, como siempre moviendo el rabo de alegría, tumbándose en el suelo boca arriba para que le acariciara la barriga, Vicente no lo dudó, cogió al perro, lo metió en el coche y se lo llevó a su casa. El animal iba nervioso, era evidente que no le gustaban los coches, pero su nuevo hogar estaba cerca y en pocos minutos ambos se presentaron allí.