CAPITULO III


Maribel era una mujer muy trabajadora, de hecho en su empresa tenían turnos alternativos semanales de mañana, tarde y noche, en la casa se ocupaba de todo, atendía a Vicente que estaba enfermo de neuropatía, le cuidaba, se ocupaba de la compra, de la plancha, de la limpieza, de la lavadora y de la comida, en definitiva no paraba, para ella el mejor regalo que se la podía hacer en ese momento era un animal de compañía, que estuviera con ella siempre, que le diera muestras de afecto cuando llegara de trabajar y aquí se presentó Copi. En cuanto le vió le encantó, tanto ella como el perro derrochaban alegría al conocerse, lo primero que hicieron fue enseñarle a Copi su nuevo territorio, le pasaron dentro de la casa para que el animal olisqueara todo asumiendo que ese iba a ser su nuevo hogar, después salieron a la parcela, el perro orinó en algunos sitios marcando así su espacio, luego sus dueños le tiraban una pelota con la que Copi correteó por todos sitios denotando una felicidad incontenible y por último llegó la hora del aseo. Con champú y la manguera del jardín lavó Maribel al perro y luego le cepilló; parecía otro, ya sin grasas, sin suciedad, tan blanco y peludo que se asimilaba a una bolita de nieve.

Copi se sintió tan limpio y feliz que no paraba de dar carreras por el jardín, agotado ya llegó la hora de comer, Vicente y Maribel le dieron un poco de embutido hasta que él fuera a la tienda a comprar comida de cachorros, al poco rato se presentó con un saco de comida que incluía carnes, cereales y verduras, le pusieron un buen plato al perro que se lo comió con avidez.
Ese era el primer día en su nueva casa y con sus nuevos dueños, luego vinieron más sorpresas para Copi, porque en el porche -que estaba totalmente acristalado- le colocaron su cama, un cesto de mimbre con unos cojines dentro a modo de colchón que Copi supo agradecer en el acto y por órdenes de sus amos, instigándole a que se echara en ella, accedió, por fín la estrenó quedándose un rato tumbado. Ya por la noche sería la primera vez que el animalito estuviera acostado, cómodo, bajo techo y resguardado en muchos meses.
Aunque poco le duraría su catre, porque a los pocos días empezó a roer el mimbre hasta que en una semana lo había destrozado por completo, él no entendía que eso no se debe hacer, que era su cama, pero el pobre tenía la necesidad de roer para afilarse los dientes y le dió por el mimbre y eso que tenía infinidad de plantas y otros objetos en el porche, pero afortunadamente todo lo demás lo respetó desde un principio y jamás tocó ninguna otra cosa.

A pesar de que a Vicente no le gustaba que el perro estuviera dentro de la casa -el preferiría que sus dominios fueran exclusivamente el porche y el jardín- Maribel se empeñó en que también hiciera vida con ellos y así tapó los sofás con unas sábanas antiguas para que Copi pudiera echarse en ellos cuando quisiera, la verdad es que el perro se adaptó perfectamente a eso, el tenía “su sitio” en uno de los sillones y rápidamente comenzó a comprenderlo cuando ellos se lo indicaban, así cuando tenía ganas de orinar se dirigía a la puerta de la entrada y se lo hacía saber a sus amos, la verdad que demostraba ser un perro muy inteligente, dentro de la casa nunca se hizo sus necesidades y cuando llegaba la hora de dormir y sus dueños le mandaban al porche se hacía el remolón y lo tenían que coger en brazos para llevarlo porque no quería dejar el cálido salón y la compañía de ellos, aunque con el tiempo Vicente le cambió ese comportamiento con órdenes tajantes que él aprendió a distinguir no sin bastante vacilación por su parte.
Cierto es que Copi estaba aprendiendo mucho y muy rápido para un perro de su edad, pero como digo tenía una inteligencia fuera de lo común, podía ya distinguir perfectamente palabras como: “a tu casa”, “golosina” “a tu sitio”, “sube” “quieto” ó “túmbate”, sabiendo su significado.