CAPITULO X


El perro demostraba una pasión evidente por Maribel, ella era quien le cuidaba, le duchaba, le cepillaba, le daba de comer, le sacaba de paseo, le aseaba..., y lógicamente se decantaba por ella, sabía perfectamente cuando se iba al trabajo, conocía el ruido de su coche y hasta por algún motivo especial detectaba la hora de su llegada, Maribel, en el turno de mañana acudía a casa sobre las dos y media, pues bien. Copi a las dos y cuarto ya se subía al sillón del salón, inquieto miraba por la ventana y antes de que su ama diera la última curva para acceder a su calle, el perro, meneando el rabo se iba a la puerta a esperar su llegada, cuando ella no estaba si hacía caso a Vicente y se ponía a su lado, iban juntos a ver los peces del estanque -que tanto le atraían a Copi- y se echaba en el despacho a sus pies, mientras él trabajaba.
Estando ella el perro no se separaba ni un instante, si iba a planchar al cuarto, allí le tenía echado a sus pies todo el tiempo que hiciera falta, si iba al cuarto de baño a ducharse y cerraba la puerta, allá estaba Copi en la puerta esperándola, si estaba en la cocina o en el jardín, lo mismo, tenía una predilección y un cariño a su ama inconmensurable, por algo era ella precisamente la que más le atendía porque Vicente seguía enfermo y cada vez peor .

Llegó el mes de Octubre y con él, el cumpleaños de Copi, ya hacía un año que estaba con ellos, cómo pasaba el tiempo, parecía que fue ayer cuando le recogieron abandonado en el polígono, esta vez -con motivo de la ocasión- Vicente y Maribel le dieron de comer un plato su pienso favorito y de postre un flan al que pincharon una velita encendida, el perro se comió su pienso, pero cuando llegó al flan, con esa llama encendida no se acercaba mucho, le asustaba, a pesar de que se relamía, al final sus dueños le quitaron la vela y se lo comió ávidamente.

Después de cambiar el plástico de la puerta -por donde Copi se escapó la última vez- por una barra de hierro entre los lados de la misma, cortada a la medida y embutida a presión que no permitía que el perro pasara por mucho que lo intentara, el animal volvió a escaparse de nuevo, esta vez por un descuido de ellos, ya que al meter el coche en la parcela para lavarlo por una puerta adyacente que era corredera se la dejaron un poco entreabierta y Copi aprovechó de nuevo la ocasión para irse, eran las doce de la mañana de un domingo cualquiera, esta vez no se preocuparon tanto Vicente y Maribel, pensaron: Bueno, ya volverá.


Pero después de comer, a las cuatro de la tarde el perro aún no había aparecido, ellos salían de vez en cuando a la puerta a esperar su regreso, pero..., nada. Ya a las siete de la tarde Vicente cogió el coche y volvió a recorrerse el pueblo casi por entero y Copi seguía sin aparecer, entraba el anochecer y con la oscuridad su preocupación aumentaba, nunca se había escapado el perro de noche y mucho menos tantas horas, poco después cenaron y se acostaron, al día siguiente Maribel debía levantarse a las cino de la mañana para ir al trabajo, pero Vicente siguió en vela. A las doce de la noche se levantó y miró por la ventana, en un silencio sepulcral intentó adivinar algún ruido, no se oía nada en el exterior.
A la una y media y sin poder conciliar el sueño volvió a levantarse, encendió la luz de fuera, se fumó un cigarrillo dejando pasar el tiempo, miró por la ventana y Copi no había aparecido, en la calle hacía un frío helador y él cada vez estaba más preocupado por su perro. Se volvió a acostar.
Eran ya las tres de la madrugada cuando se levantó de nuevo, nervioso fue hacia el salón, miró por la ventana, allí no se veía nada, la escasa luz de las farolas sobre la calle y el brezo que tenían puesto sobre la malla metálica impedían prácticamente la visibilidad, Vicente dio al interruptor que encendía la luz de fuera y entonces sonó un instante como un ladrido de perro pequeño, pensó que era el de unos vecinos que vivían en el chalet de enfrente y volvió a apagarla, con el encendedor prendió un cigarrillo y esperó, la noche se hacía demasiada larga, ya desesperado a punto de volverse a la cama volvió a dar al interruptor de la luz de fuera y escuchó otra vez por un momento el mismo ladrido anterior, se quedó paralizado, reaccionó y rápidamente se puso un abrigo por encima que había en el perchero de la entrada, hacía mucho frío, en pijama y con el abrigo mal puesto, abrió la puerta de la casa y se dirigió a la calle pensando: Ese que ladra es mi Copi, estoy seguro.
Así fue, el perro yacía agazapado en la acera, en la puerta de fuera, muerto de frío, Vicente no le podía ver porque le tapaba el brezo, pero cada vez que él encendia la luz el perro ladraba, como diciendo: ¡Que estoy aquí!.
Ambos pasaron hasta el porche, Copi se quedó en su caseta y Vicente -por fin- se fue a dormir.
Dios sabe el tiempo que estaría el animal fuera, y si no es porque ladraba débilmente cada vez que veía la luz encenderse, es posible que hubiera pasado la noche entera al raso.
Cuando se despertó Maribel para ir a trabajar la alegría fue inmensa al verle.

Al siguiente día Vicente le hizo una prueba increíble, sin haberle recriminado al perro su escapada del día anterior y después de que Maribel se hubiera ido a trabajar -si no ella no lo hubiera aceptado jamás-, abrió intencionadamente la puerta a Copi y le dijo en un tono suave y cariñoso: No tienes tantas ganas de calle, pues venga sal. El perro salió disparado, como alma que lleva el diablo y cuando estaba ya al final de la calle le gritó Vicente:
- ¡Copi, vamos, a tu casa!.
Por incierto que pareciera, el perro dio media vuelta y a toda velocidad, meneando el rabo, sin miedo, regresó a la puerta y se metió a la parcela, aún así, en la calle volvieron a jugar los dos un rato hasta que a Vicente ya, le pareció oportuno cerrar la puerta definitivamente, ¿quién hubiera imaginado ni por un momento que estando Copi en la calle, libre, no se hubiera vuelto a escapar? Pues así fue, la prueba tuvo su riesgo pero Vicente se atrevió con la certeza de que el perro no se iría.